jueves, 11 de abril de 2013

LA PRINCESA Y EL SAPO

Érase una vez una princesa que vivía en un reino muy, muy lejano. Su piel era pálida como la porcelana, según lo reglamentario en alguien de su condición, pero la genética le había jugado una mala pasada en lo demás; su cabello no era rubio como el trigo, ni sus ojos azules como el cielo, así que los príncipes preferían a las otras princesas antes que a ella, más que nada para seguir la tradición. Ya había cumplido y pasado los dieciséis años, que es la edad estipulada para encontrar al príncipe azul, pero todos acababan con sus amigas de cabello como el trigo y ojos como el cielo.
Un día, mientras paseaba por el bosque y cogía amapolas, se encontró con un sapo que tomaba el sol en una charca. El bicho le hizo un gesto para que se acercara y le explicó que en realidad era un príncipe muy apuesto al que una malvada bruja había hechizado, y que sólo el beso de una princesa le devolvería su forma. 



A la princesa le daba mucho asco el sapo, pero se convenció de que el esfuerzo merecía la pena, así que cerró los ojos y le besó. 

Y al abrirlos sólo había un sapo. “Uh…”, dijo él, “a lo mejor es que tiene que ser un beso de amor. La bruja no me dio muchos detalles”.

La princesa empezó a salir con el sapo, porque era el modo más fácil de enamorarse de alguien. Ni sus amigas ni sus padres creían la historia de que él fuese en realidad un príncipe, y querían que le dejara, pero ella tenía tantas ganas de ver su verdadera forma que siguió intentándolo.

“Ya me he enamorado de ti”, le dijo un día la princesa, “pero sigues sin cambiar”. “A lo mejor es que tenemos que hacer el amor”, contestó él. La princesa realmente quería al sapo, pero seguía siendo un bicho repugnante, y la simple idea de imaginarse la escena le horrorizaba. Sin embargo, lo llevó a su habitación en la torre e hizo el amor con él. Era la única forma de que cambiase. 

Un rato después, la princesa se sentía triste y asqueada mientras en la cama, a su lado, el sapo se fumaba alegremente un cigarrillo. Él aseguró que no entendía por qué no había cambiado, que quizá tenían que encontrar la forma de hacerlo mejor, más perfecto. 

Durante los meses siguientes, lo intentaron una y otra vez, cada día, de diferentes maneras. El sapo iba sugiriendo cosas nuevas, pero ninguna funcionaba. “Va a ser que tenemos que casarnos”, dijo al fin. 

En ese tiempo, muchos príncipes se fijaron en ella. Al madurar habían descubierto que tener el cabello como el trigo y los ojos como el cielo no eran ni con mucho las cualidades más importantes en una mujer, pero ya era tarde. La princesa estaba segura de que su príncipe era el mejor de todos, y de que muy pronto los demás lo verían igual que lo veía ella.

Todo el mundo le dijo a la princesa que no se casara con él; que si no había cambiado ya, nunca lo haría. Pero ella tenía fe en que derrotarían juntos a la bruja malvada, y se casaron. Y el sapo seguía siendo un sapo. 

“Cuando tengamos nuestro primer hijo, entonces”. Tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Los dos eran bajitos, con la piel verde, y tenían la desagradable costumbre de cazar moscas en público con su lengua de metro y medio. Y el sapo, por supuesto, seguía siendo un sapo.

La princesa siempre estaba triste y vivía sumida en la desesperación. Muchas veces llegaba a su límite y tomaba la decisión de dejar al sapo, pero él le suplicaba que no lo hiciera, que la necesitaba, que sólo con su ayuda podría acabar con la maldición de la bruja. Y como ella le quería, se arrepentía y seguía a su lado. Y así pasaron los años, y el sapo seguía siendo un sapo, aunque tenía innumerables respuestas y excusas que darle a su esposa en cada ocasión. 

“Cuando seamos reyes”, fue lo siguiente. Los padres de la princesa murieron, ellos se convirtieron en reyes, y el sapo seguía siendo un sapo. “¡Ya lo entiendo!”, exclamó desde el trono, “será uno de nuestros hijos quien vivirá emocionantes aventuras y encontrará la cura”. 

Su hijo no destacaba por su inteligencia ni por su afán de aventuras. Además dejó embarazada a la hija de un duque importante (que sí tenía el cabello como el trigo y los ojos como el cielo, pero era extremadamente vulnerable a los efectos del licor) y tuvo que hacerse cargo de su nueva familia, así que ya no le quedó tiempo para viajar en busca de dragones que derrotar, doncellas que desvirgar ni curas milagrosas que descubrir.

Su hija, una muchacha poco agraciada, bastante tenía con intentar superar su propia depresión y su adicción a lamer la espalda de sus congéneres con propiedades alucinógenas.

Mucho tiempo después, la princesa yacía en su lecho de muerte, rodeada de su esposo y sus hijos y nietos mutantes. “Me prometiste que ibas a cambiar”, le recriminó al sapo, “y nunca lo hiciste”. “Aún no es tarde”, aseguró él. “Nos reuniremos de nuevo en el paraíso, y allí me verás con mi verdadera forma”.

Y la princesa murió confiada, creyendo que encontraría a su amor verdadero por fin. Pero de haber existido otra vida, allí el sapo seguiría siendo sólo un sapo.

domingo, 7 de abril de 2013

PREGUNTA DE UN SEGUIDOR: TRABAJAR EL OPTIMISMO

Buen Domingo a todos, dentro de nuestra sección de preguntas y respuestas, nos ha llegado el siguiente correo:


Pregunta de un seguidor:
He sido siempre una persona pesimista, ¿crees que podría mejorar mi optimismo?

Respuesta: 
El optimismo no es un rasgo de personalidad, sino una conducta, con lo cual se puede mejorar y practicar. 
En psicoterapia, una de las metas es trabajar la visión positiva de las cosas, el acercamiento a la aceptación de tu vida y a partir de ahí crecer hasta llegar a sentirte bien con lo que ya tienes.

Para contestar esta pregunta se me viene a la mente una conferencia magnífica del Psiquiatra Rojas Marcos, este propone los siguientes pasos que me parecen fundamentales para el trabajo personal y el crecimiento:

1.- Hablar es bueno para el corazón y para el alma.
Y nos propone la terapia de hablar con 6 personas al día, indicando, que es mejor planificar, el día anterior, cuales van a ser esas personas.

Por eso, las relaciones personales son esenciales para potenciar tu optimismo, es importante que tengas amigos, personas con las que confiar y con las que puedas hablar y escuchar.

2.-La tasa de mortalidad es 1 por persona.
Hay una esperanza de vida de 84 años, eso significa que muchos de nosotros vamos a vivir más de 100 años.

Es divertido este comentario, ya que nos recuerda que aunque tenemos un final, cada vez vivimos más años. Hay más y más centenarios en todos los rincones del mundo; recuerda la simpática mujer caribeña y sus claves para una larga vida.

3.- En España tenemos muchos pensamientos automáticos: “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
En España el optimismo está mal visto. Optimista= ingenuo, ignorante.
En Nueva York la gente va al psiquiatra para muchas consultas que aquí no se hacen. Uno pidió “ser más optimista” para recuperarse antes de un infarto.

“El presente” es todo lo que tienes y lo que puedes vivir y disfrutar, dejando en el recuerdo tiempos anteriores. El optimismo te ayuda a vivir mejor el hoy y a construir un mejor mañana.

4.- El optimista es el que más se pone el cinturón de seguridad… porque siente tener el control, el pesimista piensa “que si tiene que pasar algo pasa”.
El optimista tiene más éxito en el trabajo y supera mejor la adversidad.

¿Qué más quieres saber para decidirte a practicar el optimismo?

5.- Para aumentar nuestro optimismo tenemos que:

-. Hablar más
-. Pertenecer a grupos
-. Practicar ejercicio físico
-. 1 hora de voluntariado a la semana mejora la autoestima.
-. Espiritualidad, no necesariamente una religión
-. Diversificar: no poner todo en el mismo asunto, igual que con el dinero: separar aficiones, personal, trabajo…

Si tienes alguna consulta, mándala al correo centrodepsicologíaintegral@hotmail.es y te la responderemos.

Feliz Domingo